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Gorbachov, el Libertador
Mijaíl Serguéyevich Gorbachov (1931-2022) debió ser un gran tipo. Imagino al hijo de campesinos dotado de una percepción sutil, perseverancia, ambición, y sobre todo, de una extraña sinceridad. Más trabajo cuesta comprender cómo pudo llegar a secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) -por 6 años- y Jefe de Estado de la URSS -tres años. ¿Cómo lo habrá conseguido?
Para llegar tan alto debió ser un buen homo sovieticus. Seguramente juró, siendo niño, el compromiso iniciático de la Organización de Pioneros “Vladímir Lenin”, fundada por Nadezhda Krúpskaya, esposa del prócer: “Yo, un joven pionero de la URSS, prometo solemnemente en presencia de mis camaradas: Amar a mi patria soviética, vivir, aprender y luchar, como nos exhortaba el gran Lenin y nos enseña el Partido Comunista. ¡Estén listos para la batalla por la causa del Partido Comunista!”.
Tal escultismo de hoz y martillo partía de la escuela básica, donde se seleccionaba a menores de quince años. En vísperas de la invasión nazi sumaba unos 25 millones de niños (tres de los cuales ganaron en combate el máximo galardón de Héroe Socialista); y con el tiempo, desarrolló un sistema de campamentos muy sofisticado. Quizá Gorbachov visitó en plena guerra Artex, la joya de la red de adoctrinamiento instalada originalmente por la Cruz Roja en la costa de Crimea. En compensación, está documentado que Gorbachov formó parte de la Komsomol, escuela de militancia juvenil enfocada en “formar verdaderas personas soviéticas” que servía de antesala al PCUS. Finalmente, tras conocer a Raísa siendo estudiante de leyes, ingresó al partido justo cuando el estalinismo clásico llegaba a su fin.
Tres años después de la muerte del dictador genocida, Krushev denunció ante el pleno del XX Congreso -basado en un informe secreto de Pospelov- los crímenes de Stalin. No sabemos exactamente qué denunció Kruschev en privado; pero sí que dos congresos y cinco años después, tomó la iniciativa de expulsar la momia de Stalin del mausoleo de la Plaza Roja, donde cohabitó ocho años con el sarcófago de Lenin. Y sabemos que tras el anuncio de la desestalinización, millones de personas fueron liberadas paulatinamente de la telaraña de gulags o campos de esclavos regados por toda la madrastra Rusia. Para “no dar municiones al enemigo”, el informe que debió leer Kruschev posiblemente haya sido destruido; y tampoco se permitió tomar notas del discurso real de tres horas improvisado por el denunciante. Así, la versión pública de la desestalinización se concentró en el combate baladí al llamado “culto a la personalidad”, sin extraer las consecuencias relativas al sistema soviético en sí. Gorbachov tenía 25 años de edad y el incidente debió marcar su visión personal de la URSS. Tanto, como la detonación el 30 de octubre, veinticuatro horas antes de la expulsión de la momia, de la llamada “Bomba del Zar” en el helado Mar de Barents. La onda del artefacto de hidrógeno ideado por el futuro disidente Sajarov dio varias vueltas al planeta; y su poder destructivo, concentrado en un objeto de 8 por 2.6 metros que pesaba 27 toneladas, fue estimado en 1,500 veces el combinado de las bombas “Little Boy” y “Fat Man”, y en diez veces el percutido durante toda la Segunda Guerra Mundial.
Así la URSS, lo mismo que los Estados Unidos era ahora invencible -así fuera porque el costo de vencer al régimen soviético o a la meca de la democracia capitalista, implicaba un holocausto nuclear sin ganadores. Justo un año después, en octubre de 1962 la URSS de Nikita desplegó armas nucleares en las barbas del Tío Sam, en la isla de Cuba, mostrando al mundo una nueva realidad geopolítica y bipolar de la que ninguna persona ni nación podría sustraerse. Había nacido la Guerra Fría.
Durante el mandato de Leonid Brezhnev, el dictador colegiado que así como Stalin gobernó hasta su muerte el imperio uncido por los zares, Gorbachov iría escalando los peldaños del poder soviético. Tras ocupar varios cargos partidistas en su krai natal, Stávropol, en las estribaciones del Gran Cáucaso, por fin consiguió en 1971, a los 40 de edad, un lugar en el Comité Central del PCUS; y nueve después, en 1980, ingresaría al núcleo del poder desestalinizado, el gerontocrático Politburó, en calidad de su miembro más joven.
Muerto y sepultado Brezhnev con sus más de cien medallas (Héroe del Trabajo Socialista, cuatro veces Héroe de la Unión Soviética, tres Héroe de Checoslovaquia y otras tantas Héroe de la República Popular de Bulgaria, amén de Mariscal de la Unión Soviética), entre 1982 y 1985 el Politburó se enfrascó en la cuestión sucesoria, recayendo al cabo la designación de Secretario General del PCUS en el abogado Gorbachov, primer universitario en ocupar el pináculo de la dictadura totalitaria. Lo demás es bien conocido. Una vez instalado en el poder, el homo sovieticus criticó el militarismo característico del comunismo real, liberó a Sajarov y a miles de presos de conciencia, se pronunció en favor de la democracia, impulso un primer referéndum, postuló la reconstrucción de la economía en base al libre mercado, invitó a superar el miedo a Occidente sembrado laboriosamente por el estalinismo, promovió la transparencia y las libertades personales, y no sin dudas, aflojó además las cadenas que sometían a las repúblicas soviéticas.
La gesta libertaria de Gorbachov es única por carecer de antecedentes en la historia del poder político. Se resume en lo siguiente: un hombre batalla duramente para superar su origen humilde, y una vez llegado a lo más alto, toma la insólita decisión de desenmascarar el sistema que lo hizo posible y desprenderse del inmenso poder personal que le garantizaba su nueva posición. En otras palabras; Gorbachov es excepcional por haber exhibido, a contracorriente de la propaganda que exaltaba machaconamente la supuesta superioridad soviética sobre la democracia capitalista, la realidad más bien mediocre del paraíso comunista.
El gesto sensacional de Gorbachov abrió para los pueblos soviéticos, habituados desde siempre al despotismo, un breve paréntesis de libertad, en total una decena de años contado el gobierno de Boris Yeltsin. Sin embargo, el abogado fracasó al intentar desmantelar el estatismo económico, haciendo manifiesta la tremenda dificultad de crear una economía de mercado en una sociedad regulada hasta en los menores detalles por el gobierno. En efecto, rotos los circuitos económicos de producción y distribución, los estantes de las tiendas se vaciaron de productos básicos, se multiplicó el desempleo y creció la pobreza. Al acecho del experimento liberador, los comunistas del PCUS aprovecharon el descontento para intentar frenar, mediante un golpe de estado, la desintegración en curso de la URSS.
El legado de Gorbachov -en parte involuntario- fue consumado por Yeltsin. Consistió por un parte en la liberación de las naciones “satélites” de la URSS, esto es, las colonizadas por la URSS en el marco de la marcha del Ejército Rojo hacia Berlín: Polonia, Bulgaria, Hungría, Rumania y Checoslovaquia (Alemania se había reunificado en 1990, un año después del derrumbe del muro comunista de Berlín). Y por otra, la liberación de catorce pueblos con lengua y cultura propias, distintas de la rusa y heredadas por los bolcheviques del imperio zarista, a saber: las repúblicas bálticas de Estonia, Lituania y Letonia; las caucásicas de Georgia, Armenia y Azerbaiyán; las asiáticas de Kazajistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán; y las europeas de Ucrania, Bielorrusia y Moldavia.
¿Qué fue del libertador Gorbachov? Siguió luchando, sin éxito, por democratizar una sociedad servil forjada por zares y bolcheviques. Siendo ya un sexagenario fundó dos partidos políticos más bien efímeros, símbolos de su terca idea de coadyuvar a la construcción de una democracia rusa. Entretanto recibió toda clase de premios y reconocimientos en Occidente; hizo comerciales para Pizza Hut y Louise Vuitton; recibió al alimón con Sofía Loren y Bill Clinton un Grammy por su narración del cuento para niños “Pedro y el lobo”; y en 2009, al cumplirse una década del fallecimiento de su eterna esposa, grabó Canciones para Raísa, un disco de baladas románticas.
Su muerte ocurrida el pasado martes puso broche de oro al destino de un hombre extraordinario: el dictador neocomunista Putín no asistió a su funeral alegando una “agenda muy cargada”. Digno final para un tipo fuera de serie.