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La OEA Discrepa de AMLO
Luis Almagro, secretario de la Organización de Estados Americanos, acaba de poner en entredicho los argumentos de Marcelo Ebrard, canciller del presidente López Obrador, para conceder asilo a nombre de México al expresidente cocalero Evo Morales.
En pocas palabras, confirmó que en Bolivia sí hubo un golpe de Estado, pero no contra Morales, sino del presidente derrocado contra la Constitución y la democracia bolivianas mediante las elecciones fraudulentas del pasado 20 de octubre.
“Golpe de estado es una forma ilegítima de acceder al poder y ejercerlo, si viéramos el artículo 2 de la Carta Democrática Interamericana. En ese contexto, sí, hubo un golpe de Estado en Bolivia. Ocurrió el día 20 de octubre cuando se cometió el fraude electoral que tenía como resultado el triunfo del expresidente Evo Morales en primera vuelta”, explicó ayer ante el consejo permanente de la organización.
La defensa de la democracia por Almagro –un viejo amigo de Morales, al que no escatimó elogios antes del enésimo fraude del exmandatario boliviano- pone sobre la mesa una interpretación opuesta a la lectura que de la renuncia está haciendo la izquierda castrista latinoamericana. Los campos de interpretación de lo ocurrido en Bolivia se delimitaron al paso de las horas, desde que Morales aceptó dejar el poder una vez que la policía y el ejército se negaron a obedecer órdenes de reprimir las protestas callejeras contra su fraude electoral.
Del lado de Almagro, los soldados, los policías y la oposición boliviana, han cerrado filas Estados Unidos y España así como la mayoría de los gobiernos democráticos de Latinoamérica, incluyendo a los vecinos Colombia, Brasil, Perú y Ecuador.
En favor de Morales se han pronunciado las dictaduras de Rusia, Cuba, Venezuela y Nicaragua, además de los presidentes izquierdistas de Uruguay y México. En el caso de México, queda claro que López Obrador vuelve a anteponer su filiación política a los principios democráticos y la legalidad sin adjetivos. No es la primera vez, por cierto.
AMLO se asume públicamente como un admirador de la dictadura cubana de corte marxista-leninista (el marxismo es ideología de Estado en Cuba, a imitación de la exURSS y la China de Mao), impuesta por la familia Castro Ruz hace ya sesenta años y que desde 1959 se mantiene en el poder a sangre y fuego. Más recientemente, el presidente mexicano se ha hecho el desentendido ante el asesinato de decenas o cientos de opositores a manos del mandamás nicaragüense Daniel Ortega; y de manera oblicua, escudado en una interpretación convenenciera de la soberanía nacional, ha tenido a bien encabezar la defensa internacional del narcodictador venezolano Nicolás Maduro.
No hay, pues, sorpresa. Simplemente AMLO vuelve a ratificar su querencia facciosa.
Esta vez a López Obrador no parecen importarle gran cosa las evidencias lapidarias del fraude electoral orquestado por Evo Morales. Descalificó a los opositores que denunciaron el fraude, ofreció asilo al “mapache” (así llaman los mexicanos a los delincuentes electorales), envió un avión de la Fuerza Aérea Mexicana para traerlo a México, y finalmente, la ha emprendido contra la OEA.
Tras 14 años en el poder, Morales renunció hace tres días a sugerencia del ejército formulada pública y pacíficamente, en rueda de prensa, por el general Williams Kalimán (así se llama), sin mediar un disparo ni tropas ni tanques en las calles. No fue detenido ni torturado, no hubo muertos, y al cabo pudo partir sano y salvo hacia su exilio mexicano.
Para entonces, las protestas populares habían cobrado tres muertos y más de 300 heridos, casi todos a resultas de enfrentamientos callejeros entre partidarios y adversarios del expresidente. El propio Evo informó horas antes en sus redes sociales, que la chusma habría prendido fuego a dos de sus mansiones, la casa de una hermana y las de otros altos funcionarios de su partido Movimiento al Socialismo (MAS).
Evo no renunció para salvar vidas, qué va. Durante semanas se negó a repetir los comicios del 20-O, sólo lo hizo unas horas antes de la renuncia, cuando la lumbre le estaba llegando a los aparejos.
Pero el fraude del 20-O es apenas la punta del iceberg. El expresidente lo hizo no una sino dos o tres veces antes de ahora. El cómo lo logró, debe ser muy difícil de entender para los ciudadanos de las democracias genuinas. Vale la pena recordarlo.
La primera reelección de Morales en 2009, lograda a lomos de la promesa de “refundar la república”, fue posible porque convocó en referéndum a una Asamblea Constituyente que le aprobó una nueva Constitución merced a la cual se le permitió reelegirse por una sola vez.
La segunda fue un mal chiste. A mitad del segundo mandato, sus seguidores alegaron que el primero “no cuenta” porque correspondía a “otro régimen constitucional” y porque Bolivia era ya otro país. Resumiendo, en su primer periodo Morales habría gobernado la República de Bolivia pero no el rebautizado Estado Plurinacional de Bolivia estipulado en la nueva Constitución. Ergo, reelegirse no significaba reelección. Bolivia no era ya la Bolivia de antes, según su pícaro razonar.
La fallida tercera reelección del pasado 20-O no desmerece en cuanto a cinismo. Su antecedente es 2016, cuando Morales organizó un plebiscito para preguntar a los bolivianos si querían que se postulara de nuevo, por cuarta ocasión consecutiva. La respuesta del pueblo fue No. Entonces, el aspirante a dictador cambió algunos magistrados del Tribunal Supremo, luego demandó su “derecho humano” a permanecer más de 14 años en el poder, y como era de esperar, el tribunal afín le dijo que Sí, que perpetuarse en el poder es un derecho humano.
Así llegó a las elecciones del 20-O. Mas no fue suficiente. Cuando el conteo de votos indicaba que habría balotaje o segunda vuelta contra el candidato opositor Carlos Mesa, el sistema electoral “se cayó” y desapareció durante 23 horas. Una vez reinstalado,Morales tenía los votos necesarios para ganar en primera vuelta. Nadie le creyó, ni dentro ni fuera de Bolivia… con excepción de los gobiernos identificados con el régimen cubano de la familia Castro Ruz (así el de López Obrador en México).
La investigación de una comisión de la OEA dio finalmente la razón a los opositores, al concluir que en la votación del 20-O hubo “graves irregularidades”. Cuando el pasado domingo Morales aceptó a regañadientes reponer el proceso, era ya demasiado tarde.
Tras la salida del exmandatario fraudulento, una senadora opositora, la periodista Jeanine Áñez, asumió transitoriamente la presidencia de Bolivia con el fin expreso de llamar a nuevos comicios. Las elecciones serán supervisadas por la OEA. Su misión es restaurar la legalidad democrática rota por el indígena cocalero.
El caso de Evo Morales exhibe la misma mecánica empleada por el antiguo PRI en México para simular elecciones democráticas, muy similar a lo que acontece actualmente bajo los regímenes de Maduro y Ortega.
La pregunta es: ¿Por qué si él mismo sufrió esa misma simulación fraudulenta de la genuina democracia occidental, ahora, ya siendo presidente de México, AMLO está comprometiendo a nuestra nación en la defensa de un más que presunto delincuente electoral?
COHETERÍA
EVO COCALERO La prensa mexicana apenas ha explorado la vertiente del narcotráfico al informar sobre el dictador fallido Evo Morales. Es lamentable. Porque una cosa es que los indígenas que habitan las cumbres de Los Andes mastiquen hojas de coca para soportar la altura; y otra muy distinta cosechar toneladas cuyo destino real es más bien incierto. Morales es desde 1985 el jefe de un poderoso sindicato de cosechadores de coca con cuyo respaldo logró abrirse paso hasta la presidencia de Bolivia. Diversas notas han dado cuenta de una estrecha relación del sindicato del expresidente con Pablo Escobar; y la prensa sudamericana ha documentado asimismo que su sindicato sería un proveedor del cártel de Sinaloa. No es una idea disparatada.
Morales es el amigo más fiel de Nicolás Maduro, cuyo cártel Los Soles (el sol es insignia militar en Venezuela) trabaja de cerca con las FARC que tienen montados laboratorios de cocaína en la amazonia fronteriza con Colombia. Dos sobrinos de Maduro y Cilia fueron atrapados en Dominicana con un cargamento de polvo, y están presos por ese delito. Dos funcionarios principales del régimen castrista de Venezuela, el jefe del Congreso Constituyente y mano derecha del narcodictador, Diosdado Cabello, y Tarek el Aizami, ministro de Industrias, están fichados por narcotráfico y corrupción en los Estados Unidos. Demasiadas evidencias.
El presidente López Obrador exhibió dos veces su condescendencia hacia el cártel criminal del Chapo Guzmán. Una, al decir públicamente que se sentía “conmovido” por la condena impuesta por un tribunal neoyorkino al capo sinaloense (perpetua, ni siquiera la muy merecida pena de muerte). La segunda durante el cualiacanazo, cuando los narcotraficantes y multihomicidas amenazaron con ejecutar a familias de soldados de México si el gobierno de López Obrador no liberaba a Ovidio Guzmán, uno de los “chapitos” de la familia de criminales. Para colmo, una semana después de la toma de Culiacán por el cártel de Sinaloa que cobró más de una docena de vidas, el ministro de Seguridad de AMLO, Alfonso Durazo, informó que el gobierno mexicano ni siquiera tenía una orden de aprehensión contra Ovidio…