contacto@codigotlaxcala.com
2461205398 / 2461217662
Confieso que algunas posturas anti establishment de Donald Trump, entre las cuáles su osadía de contrariar la agenda de la gran prensa de su país en asuntos migratorios y en pro de la acomodaticia indiferencia obámica ante la suerte de Cuba, así como el decidido estate quieto propinado a la beligerancia nuclear del dictador divinizado Kim Jong-un, le granjearon mi insignificante simpatía personal.
Sin embargo, mi punto de vista ha sufrido un vuelco al observar a través de la prensa su conducta -impropia de una nación como Estados Unidos- ante el neozar Vladimir Putín en Helsinki.
Las fallas garrafales de Trump en su primera cumbre con Putín me convencen de lo que sus rivales demócratas y la gran prensa yanqui vienen afirmando desde la campaña presidencial: el magnate no está a la altura de la magnífica sociedad que gobierna.
Ver para creer: Trump descalificando ante un dictador que no tolera la división de poderes ni la prensa libre, las evidencias recabadas por el fiscal Robert Mueller relativas al muy probable espionaje ordenado por Putín para perjudicar la campaña de Hillary Clinton.
Ver lo que vemos ¡y no creer!: Trump calificando de “oportunidad increíble” la invitación de Putín a cotejar los datos de Mueller con investigadores rusos. ¡Cómo si éstos no fueran la simple extensión de un dictador o se condujeran como lo hace un fiscal realmente independiente en los Estados Unidos!
Es difícil entenderlo. ¿Por qué en vez de admitir ante el doppelgänger de los zares que las evidencias de intervencionismo en las elecciones estadunidenses son preocupantes, y exigirle que no se repita, Trump eligió la salida fácil de reafirmar inopinadamente, contra las evidencias de la votación, haber vencido “con facilidad” a la Clinton? ¿Simple vanidad infantil de poner a salvo su triunfo de 2016, o algo más?
Naturalmente contrasta la imagen de un Trump muy bravo con Hillary, la alemana Merkel, la británica May y el español Sánchez, con esa otra imagen, débil hasta la hilaridad ante el autócrata ruso. Tal paradoja refuerza las presunciones de que Donald algo debe a Putín o que algo le teme…
Entretanto la indagación de Mueller se encamina a las primeras conclusiones. Hoy, ya nadie puede descartar que en los meses venideros Donald Trump podría ser obligado a comparecer ante un Gran Jurado como hizo Bill Clinton hace 20 años a propósito del affaire Mónica Lewinsky. En Helsinki, apenas apoyado en el muy dudoso testimonio de Putín, el presidente negó que su casa de campaña se haya coludido con la inteligencia rusa para perjudicar a Hillary. Sin embargo, Mueller ha acusado ya a cuatro colaboradores de Trump, según un recuento de CNN.
Uno es el hasta febrero de 2017 consejero de Seguridad Nacional, el teniente general Michael Flynn, un demócrata con carnet que optó por Trump y quien en diciembre se declaró culpable de mentir al FBI sobre diálogos sostenidos con Sergey Kislyak, el embajador de Rusia, a propósito de las sanciones comerciales y de una votación de condena a Israel en la ONU. Se ha dicho que la cercanía con Rusia del militar retirado –quien ha escrito dos libros sobre el tema- se explica por su convicción de que el Islam actual es una religión abiertamente terrorista, compartida por Putín.
Dos meses antes de la declaración de culpabilidad de Flynn, en octubre George Papadopoulos, asesor en política exterior de la campaña de Trump, admitió haber mentido también al FBI acerca de conversaciones suyas en torno a Hillary con ciudadanos extranjeros, incluidos dos rusos vinculados al gobierno de Putín. Cuando el FBI lo interrogó por vez primera, Papadopoulos desactivó una cuenta de Facebook que contenía correspondencias con rusos y abrió una nueva ya sin eslavos orientales.
Desde su arresto en julio del año pasado, Papadopoulos viene cooperando con el fiscal especial de la trama rusa. Será una pieza clave.
Otros dos acusados, el jefe de campaña de Trump hasta tres meses antes de las votaciones y un adjunto, respectivamente Paul Manafort y Rick Gates, no han sido imputados directamente en asuntos electorales aunque se hallan bajo arresto domiciliario por declararse inocentes. Si bien la acusación se basa en la trayectoria de Manafort y su socio como lobistas de intereses rusos ante Ucrania, la denuncia incluye la acusación central de conspiración contra Estados Unidos entre una decena más (entre las cuales, conspiración para lavar dinero, declaraciones falsas y engañosas y la no presentación de cuentas bancarias y financieras en el extranjero).
Al respecto, el senador Richard Burr –titular del Comité de Inteligencia de la cámara alta, a cargo de una investigación paralela de la injerencia rusa- puntualizó en octubre estar interesado en Papadopoulos porque envió correos electrónicos para promover una reunión entre Trump y Putin, al canciller Ivan Timofeev y a Manafort, entre otros implicados.
Previamente, en junio había comparecido ante el Senado James Comey, a cargo hasta su cese un mes antes como director del FBI, de la investigación sobre la trama. Allí confirmó lo que había dicho antes: que Trump le solicitó “lealtad” y cerrar el caso Flynn. Esas revelaciones dieron pie a la designación de un fiscal especial discreto y respetado igual por republicanos que demócratas, Mueller, a quien en 2001 designó Bush jr. director del FBI y fue ratificado por Obama, quien a su vez lo mantuvo hasta 2013.
Súmase a la acumulación de evidencias contra Trump, las mentiras acerca de la trama rusa del mismísimo fiscal general Jeff Sessions. Negó saber nada y cualquier contacto durante el proceso electoral con funcionarios de Putín, durante las audiencias de confirmación del cargo, en febrero de 2017; pero al mes siguiente, en marzo la prensa lo contradijo al informar que sí se había reunido en 2016, al menos dos veces, con el embajador ruso Sergey Kislyak…
La patética rueda de prensa junto al impasible Putín coincide pues con una cascada de ataques desesperados del presidente y su equipo contra Mueller, a medida que la investigación estrecha el círculo en derredor del presidente. Y ello cuando faltan tres meses para las cruciales elecciones legislativas de octubre.
De poco sirvió que de vuelta a Washington, ayer martes, dijera Trump que lo que quiso decir ante Putin es que comparte la conclusión provisional de las autoridades de E.U. acerca de la injerencia rusa, porque no hay espacio verosímil para el reculón. Las palabras dichas en Helsinki están grabadas. Doble debilidad: denostar al FBI ante el tirano ruso y desdecirse cuando se halla a buen resguardo a miles de kilómetros de distancia del exjefe de la KGB.
El colmo: mientras explicaba en Washington que donde dijo digo quiso decir Diego, y que en realidad respeta mucho a las agencias de inteligencia y justicia de Estados Unidos, se fue la luz. “Deben ser las agencias de inteligencia”, bromeó entre penumbras, reducido al nivel de un cómico de carpa.
Afuera de la Casa Blanca, una manifestante portaba una cartela con la palabra “Traitor”. Triste cereza para una presidencia francamente indigna del bastión de las libertades personales y del imperio de la ley que es la nación del norte.
Así, al poner al desnudo tres veces su magra dimensión de estadista, Trump parece haberse auto infligido la puntilla. Sea para bien.
COHETERÍA
+ A falta de un presidente de la talla requerida, en Helsinki ha tocado a la prensa estadunidense dar la cara por los valores de la democracia liberal. ¡Quién lo dijera! Mejor dicho ¿quién no?, si la libertad, el amor (ocasionalmente veleidoso) a la verdad, el examen racional de la realidad y la reivindicación moral de lo justo, han sido por antonomasia atributos característicos de los periodistas genuinos ante las convenciones y conveniencias propias del ejercicio del poder…
+ Se equivocan los que suponen que la política contra la inmigración ilegal será más porosa con otro presidente de lo que ha sido con Trump. En el enfoque de contener la invasión de indocumentados coinciden todos, lo mismo Trump que Obama, Hillary y seguramente quien gane en 2020. Es fácil de entender –aunque difícil de asimilar, para algunos, al sur del río Bravo.