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Ejemplaridad del Rey / Editorial ABC (España)
La dura ejemplaridad del Rey /Editorial, ABC (España), 16 Mar
El comunicado emitido por la Casa de Su Majestad el Rey por el que Don Felipe renuncia a la herencia de Don Juan Carlos y le retira su asignación económica es inédito en la historia de nuestra Monarquía. La decisión del Rey es tan drástica y dura -especialmente desde la esfera personal- como ejemplar.
Incluso con España en plena incertidumbre y sometida a estado de alarma por la anomalía causada por el coronavirus, Don Felipe acierta porque no tenía más alternativa en defensa de la Monarquía, de la estabilidad y del rigor institucional para garantizar su futuro. Las investigaciones judiciales en torno a las graves acusaciones que pesan contra Don Juan Carlos por la gestión de dos fundaciones, y por la supuesta percepción de cantidades millonarias en paraísos fiscales, no dejaban más margen de maniobra a Don Felipe.
Por eso, el sacrificio personal que supone romper de facto con su padre no es solo demoledor, sino una forzosa obligación basada en la necesidad de la Casa Real de dar ejemplo y prestigiar a la institución, que ya se vio zarandeada durante los últimos años de reinado de Don Juan Carlos por escándalos que dañaron su credibilidad. Hoy, los hechos investigados revisten tal gravedad como para que sea Don Felipe quien haya dictado sentencia, moral e institucional, más allá de lo que puedan fallar en el futuro los tribunales.
En 2011, Don Felipe tomó una primera decisión solvente al romper con su cuñado Iñaki Urdangarin, y más tarde, en 2015, actuó con una determinación sin precedentes cuando retiró el título de Duquesa de Palma a su hermana Cristina. Don Felipe impuso la lógica por el riesgo de pérdida de legitimidad que amenazaba a la Monarquía, y más aún en momentos de un populismo en alza.
Ahora, la protección de la imagen de la Corona y la necesidad de expresar públicamente, sin evasivas ni matices, que el Rey siempre estará al servicio de los españoles imponían la contundencia demostrada por Don Felipe, que por supuesto ha renunciado a ser el beneficiario de las cantidades gestionadas por las dos fundaciones vinculadas a Don Juan Carlos. Cantidades de origen posiblemente turbio de las que además Don Felipe no sabía nada. El caso está en manos de la Justicia, y más allá del recorrido procesal que pueda tener en los próximos meses, Don Felipe ha hecho un encomiable alarde de integridad, honestidad y transparencia porque con el sacrificio de la figura de su propio padre refuerza su lealtad a la Corona por encima de cualquier otro interés o persona.
Don Felipe accedió al reinado con un compromiso ineludible de regeneración, sin ataduras emocionales y con la exclusiva prioridad de anteponer su deber a cualquier otra consideración o privilegio. Y así está reinando, con una recuperación muy notable, por cierto, del índice de confianza en la Corona.
En una sociedad cada vez más necesitada de liderazgos, como lamentablemente lo demuestra la clase política gobernante en estas circunstancias de severo peligro para la salud pública, el Rey lo ejerce con entereza, dignidad y aplomo. Lo demostró en octubre de 2018, cuando el separatismo catalán puso en riesgo la unidad de España y promovió la fractura de la soberanía nacional, y lo demuestra ahora, con la ciudadanía necesitada de decisiones eficaces.
Nadie podrá dudar de los innumerables servicios prestados por Don Juan Carlos a los españoles, pero en la medida en que también sus actos son necesariamente sometidos al escrutinio público y se perciben como graves, Don Felipe ha ofrecido una lección moral a toda la clase política. Nunca en democracia ningún partido político actuó con la rapidez, severidad y ejemplaridad pública con que lo ha hecho ahora Don Felipe en el seno de su propia familia ante la investigación de irregularidades difícilmente explicables.
Por eso el Rey aporta un valor incalculable a su reinado y deja claros cuáles son los compartimentos estancos existentes en la Monarquía desde cualquier perspectiva ética.
La inmunidad jurídica de la que goza el Rey en España no puede convertirse en una pantalla que justifique conductas aparentemente abusivas, arbitrarias o directamente contrarias a la legalidad. Don Juan Carlos tiene, por supuesto, la legitimidad de defenderse si así se lo reclamasen los jueces, y mantiene intacto el derecho a la presunción de inocencia.
Pero Don Juan Carlos es el primero en asumir conscientemente que su hijo no podía actuar de otro modo.
La Monarquía parlamentaria que rige en España, las previsiones constitucionales sobre la Corona, y el propio sentido común no podían aconsejar otra cosa al Rey. España le debe mucho a la Monarquía en estos casi 45 años de democracia. Y se lo seguirá debiendo en años venideros porque Don Felipe no hace sino reforzar y endurecer a la institución.
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