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Luis Ventoso /ABC (España), 3 Jul
El primer sapiens que convirtió un tronco en un taburete y un tocón en una mesa y se sentó plácidamente a comer fue un genio. Aquel ingeniero neolítico nos liberó de la incomodidad de manducar en el suelo, o de pie. Pero como el hombre es un animal paradójico -o un pelín tontolaba- algo tan engorroso como comer de pie se ha puesto de moda en las metrópolis más vibrantes. En ciudades como Los Ángeles, las caravanas portátiles que despachan almuerzos rápidos o mexicanos son un clásico. En Asia, la comida callejera ha triunfado de tal modo que ahora restaurantes de barrios chic europeos se engalanan con el logo de «street food». Madrid, única ciudad española con tamaño y pulso para disputar la liga de las súper urbes, también se ha sumado al fenómeno. Desde hace cuatro años, el tercer fin de semana de cada mes se organizaba a la sombra de las torres de Azca, el barrio de negocios madrileño, un mercadillo gastronómico de venta de comida en furgonetas («food trucks», que decimos cuando nos ponemos anglosajones/papanatas). Se juntaban allí unos 45 vehículos, con propuestas culinarias variadas y curiosas. Al público le encantaba y suponía un nuevo punto de interés turístico… Todo demasiado liberal para el comisariado político municipal.
Resulta que Azca pertenece a los territorios de la concejala-presidenta de Tetuán y Moncloa, Montserrat Galcerán. Y resulta también que a esa edil carmeniana, de 71 años y catedrática de Filosofía por la Complutense, no le pone lo del mercadillo de comida en la plaza de las torres de cristal. Lo ve pijo, muy de ejecutivos anglos. Así que les ha hecho la vida imposible a los dueños de las furgonetas, subiendo sus tasas desorbitadamente y limitando el número de vehículos. Incluso ha fijado los precios máximos que pueden cobrar por comida y bebida. Al final los ha forzado a renunciar.
Es un delirio que en Madrid, una ciudad enorme del mundo libre, un Ayuntamiento se entrometa en la economía privada y llegue al punto de fijarles topes de precios a los hosteleros (si siguiésemos la lógica del municipalismo podemita, el Möet, los iPhone y el jamón de bellota estarían prohibidos por caros). Pero en el programa de Carmena la principal misión de los ediles no es hacer la ciudad más habitable, próspera y atractiva, sino tratar de moldear al público con paparruchas ideológicas, siempre alérgicas a la iniciativa privada y al legítimo afán de las personas por prosperar.
Leo en el Portal de la Transparencia que Galcerán, de origen barcelonés, está forrada. Me alegro. La concejala comunista, que da la batalla igualitaria contra la comida callejera por ser demasiado pijolas, es en realidad una plutócrata. Posee nueve propiedades inmuebles (pisos y fincas en Barcelona, Madrid y Tarragona); acciones de Iberdrola, Telefónica y Gas Natural; fondo de pensiones; 91.000 euros en el banco, un Lexus, piano y biblioteca de dos mil volúmenes. Celebramos que sea rica y lo disfrute. Pero resultaría relajante que dejase de darles la murga dogmática a los vecinos que solo quieren comerse un burrito por Azca. La hipocresía del chaletazo Iglesias-Montero se repite: igualitarismo forzoso para todos, menos para mí.
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