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Lecciones Británicas /Luis Ventoso (España)
Lecciones británicas /Luis Ventoso, ABC (España), 13 Dic
Incluso para los que somos anglófilos irredentos, hay aspectos del Reino Unido que no dan ninguna envidia. En cuanto sales de las flamantes terminales de Heathrow (aeropuerto que gestiona la española Ferrovial) y te subes al «tube», la línea Picadilly que te lleva al centro de Londres, lo primero que te saluda es esa inefable moquetilla, ya con pátina de grasa por el uso, que cubre los asientos de unos vagones vintage. Ese desgaste podría servir como metáfora del país, una potencia venida a menos que necesita por todas partes un repaso de chapa y pintura.
La sanidad pública, por la que sienten un enorme orgullo, y las cercanías son bastante peores que en España. El wifi se cuelga todavía de cuando en vez, de un modo que nosotros ya no recordamos, porque la conectividad es superior. El tren de alta velocidad no existe, salvo el ramal a París vía Eurotúnel. Mientras en España nos quejamos porque no ha llegado el AVE todavía a Galicia, Asturias, Extremadura o el País Vasco, dos ciudades tan inmensas como Londres y Birmingham continúan sin cordón umbilical de alta velocidad.
Por último, el Reino Unido es en realidad dos países: Londres, oasis rutilante al que siempre le irá bien; y el resto, donde muchas veces se mastica postración, aburrimiento y desesperanza. Pocas veces ensalzamos la espectacular reinvención de las capitales de provincia españolas, que hoy constituyen un ejemplo de calidad de vida, ornato urbano y palpitante ocio callejero. Basta alejarse unos cuarenta minutos de Londres en un tren hacia el norte para arribar a un mundo en gris, siempre con la misma calle comercial multirrepetida, idénticas casas pareadas. La misma tristeza ambiental y una opresiva sensación de regresión.
Sin embargo existen aspectos en los que los británicos siguen dando envidia, como la pujanza de sus universidades, la creatividad de su música y audiovisual, su I+D… o el poso de sentido común que han mostrado en estas elecciones. Los pueblos más sabios y con más solera democrática también se equivocan.
Hace tres años decidieron pegarse un tiro nacionalista en el pie rompiendo con su mayor socio comercial, la UE, club que disfrutaban desde hace cuarenta años. Pero no han querido seguir derrapando y este jueves han dado un llamativo portazo a la esotérica propuesta de Jeremy Corbyn: disparar el gasto público sin tasa, más impuestos para «los ricos», resentimiento contra los empresarios y un segundo referéndum de independencia para Escocia a cambio de la ayuda del SNP separatista para gobernar.
¿Les suena de algo ese planazo? En efecto: lo que los británicos han rechazado a patadas es un calco de lo que tendremos en breve en España (a no ser que paradójicamente nos salve la propia ERC imponiéndole a Sánchez como exigencia la autodeterminación).
En el Reino Unido, país de corazón liberal y pronegocios, no te puedes presentar a unas elecciones generales con el programa de Nicolás Maduro. En España, sí. Y hasta acabas de vicepresidente y con mando en plaza.
Corbyn quería convertir al Reino Unido en un país socialista, pero lo han mandado a casa a leer a Trotsky a sus nietos.
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