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¡No es Trump, Estúpido! / Asdrúbal Aguiar (E.U.)
Todos recordamos el célebre slogan que James Carville le crea de manera oficiosa a Bill Clinton en 1992, al punto de asegurarle su victoria electoral pidiéndole poner énfasis en lo esencial: ¡La economía, estúpido!
Leo el comunicado lleno de angustia que escriben, casi en arresto de desespero, varios académicos, columnistas e intelectuales del progresismo norteamericano para Harper’s Magazine (July 7, 2020), referido a la Justicia y el Debate Libre. Expresan su preocupación por la prueba que enfrentan “nuestras instituciones culturales”, dicen.
Observan “las poderosas protestas por la justicia racial” que ocurren en Estados Unidos relacionadas, según ellos, con “demandas atrasadas de reforma policial” y “una mayor igualdad e inclusión” social. Reclaman sobre todo y en relación con lo último, que sean satisfechas en los ámbitos de la “educación superior, el periodismo, la filantropía y las artes”. Y apuntan que se trata de “un ajuste de cuentas necesario” – expresión de suyo camorrera para un latino – a la vez que les preocupa que ello esté dando lugar a “un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos” que afecta severamente las “normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias ideológicas”.
Seguidamente, los abajo firmantes arguyen que “el clima intolerante… se ha establecido en todos los lados”. Apoyan la causa, rechazan los efectos y ello por obvias razones, a saber, que luego de hacerse apología de la disolución social y la protesta envolventes que tienen como reciente escala a USA –se inician en el Chile liberal de Piñera, en el Quito de Moreno, y en la Bogotá de Duque– el incendio de la pradera luego les amenaza en lo personal, como intelectuales.
“Ahora es demasiado común escuchar llamados a represalias rápidas y severas en respuesta a las transgresiones percibidas del habla y el pensamiento… Los editores son despedidos por dirigir piezas controvertidas; los libros son retirados por presunta falta de autenticidad; los periodistas tienen prohibido escribir sobre ciertos temas; los profesores son investigados por citar trabajos de literatura en clase; un investigador es despedido por distribuir un estudio académico revisado por pares; y los jefes de las organizaciones son expulsados por lo que a veces son simples errores torpes”, reza la misiva a la manera de un «cahiers de doléances». Acaso han constatado sus infrascritos que alguno hizo un comentario indebido al atenuar el comportamiento policial americano o pedir investigar más a fondo, objetivamente, al movimiento «Black Lives Matter» (Las vidas negras importan), una de cuyas líderes recibe apoyos del narco-dictador comunista venezolano Nicolás Maduro.
Lo cierto es que silenciándose voces o poniendo diques de última hora nada se logrará contener.
El tsunami despertado por el movimiento de capas tectónicas que encuentra como hito o punto de ignición el año 2019 – cuando en sus finales se inicia la pandemia global que recluye a todo el planeta – viene de muy atrás, de un sismo inicial que se vuelve terremoto a lo largo de las tres últimas décadas a partir de 1989, cuando se desmorona la Cortina de Hierro y emerge la Edad de la Inteligencia Artificial. Nadie consideró pertinente el drenaje oportuno de su fuerza devastadora.
Han transcurrido dos generaciones luego del agotamiento acusado del socialismo real y ellas hablan de justicia mientras anidan y propician revoluciones que acaban con las libertades. Mientras se consuman, ven con indiferencia y hasta celebran las rupturas institucionales y democráticas en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, animadas por la Cuba represora de los Castro. Se matiza el lenguaje y prostituye el significado de las palabras, vaciándoselas de contenido para frenar la mineralización de los insumos de la cultura en una era naciente que prefiere negarlos como valor y hasta reclama de la reescritura de la historia milenaria, no solo de la reciente.
No por azar, desprestigiado el comunismo, muda a conveniencia en socialismo del siglo XXI y al cabo de ese largo período sus albaceas lo relanzan como progresismo bajo las banderas de la «corrección política»; forma propicia, ésta, para la censura directa o indirecta que expone al desprecio colectivo los escritos y enseñanzas de quienes aún cultivan y defienden las tradiciones de la cultura judeocristiana y sus nociones de libertad.
“Cualesquiera que sean los argumentos en torno a cada incidente en particular, el resultado ha sido estrechar constantemente los límites de lo que se puede decir sin la amenaza de represalias”, continúa reseñando con retardo el inserto de Harper’s. Olvidan sus autores que eso ha estado ocurriendo y avanza a ristras desde cuando en España los entonces imberbes del actual Podemos, de modo particular profesores de la universidad de Valencia que comparten actividades en la universidad de La Habana forjan los diseños constitucionales y las leyes de contenidos o mordazas que en nombre de la igualdad y la democratización de la libre expresión se imponen en América, a partir de 1999 y en lo específico, en cuanto a las últimas, desde 2004.
Sucesivamente, incluso en Argentina, comienzan a saborearse los “totalitarismos” mediáticos de Estado que vuelven ahora de regreso, en perverso circuito, a la misma Península ibérica bajo el gobierno progresista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Es la idéntica y trivial laxitud de criterio de la que luego se valen otros intelectuales de Occidente para acompañar el sincretismo de laboratorio, la mixtura de bien y de maldad que en nombre de la Justicia – ahora de transición – predica la convivencia con los enemigos históricos de la libertad, en mesas presididas por el narcotráfico y servidas en la nueva Ginebra del Caribe, La Habana. Los Acuerdos de Paz entre Juan Manuel Santos y las FARC son ilustrativos.
No por azar, hace treinta años, en 1989, Fidel Castro habla de pragmatismo, de utilitarismo, de estar dispuesto a transitar por las vías del capitalismo para salvar “su” socialismo represor de las conciencias y en nombre de una justicia redentora, sin libertades personales ni políticas.
Por lo mismo, entre 1990 y 1991, cuando forja el Foro de Sao Paulo en comunión con Luiz Inázio Lula da Silva – cuya defensa y ante su condena por actos de corrupción palmaria asumen los plumarios de la izquierda globalista que se avergüenzan de sus raíces occidentales – los documentos de este precisan focos de acción indeclinables y dibujan con nitidez los movimientos sísmicos a estimular: Las migraciones, el integrismo medioambiental, el reclamo por los “nuevos derechos”, la defensa de etnias y nacionalidades, de quienes “sufren opresión y discriminación”, el rechazar los mandatos electorales limitados, en fin, propiciar la “hegemonía cultural” y el globalismo, a saber, “una solución global de los conflictos del mundo”.
En esa estamos. Los intelectuales de Harper’s dicen bien, sólo ahora, que no hay Justicia sin libertad.
Para el Foro, cuyo mascarón de proa es el conocido Grupo de Puebla al que se integran “estadistas” perseguidos por la Justicia global, la cuestión de la democracia “es para la sociedad y para el Estado” no para las individualidades de academia. Al cabo, la propuesta que impulsan es “una nueva cultura política” y “luchar por un nuevo orden económico y político”. Eso lo precisan sus declaraciones; mismas que, como propósitos, se expresan destruyendo iglesias y estatuas, estigmatizando la memoria o los “sólidos” culturales que ofendan al mundo emergente del “desconstructivismo”, de las liquideces sin leyes ni estabilidad de las que hace exégesis Zigmunt Bauman.
“Esta atmósfera sofocante dañará en última instancia las causas más vitales de nuestro tiempo”, precisan los firmantes del manifiesto. Es imposible no convenir con ellos. Tanto como inevitable es no acompañarlos en su otra apreciación sobre la restricción del debate “por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante” que perjudica abiertamente “a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente”.
Lo que observa puertas adentro la «ilustración» norteamericana progresista, cabe reiterarlo, es lo que ha estado aconteciendo puertas afuera en el mundo Occidental; desde cuando el gobierno de España presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, en 2005, de concierto con Cuba y el extremismo musulmán apuestan por una Alianza de Civilizaciones «contra Occidente», empeñados en desmontar la persecución de USA contra el terrorismo.
Desde entonces queda bajo lápida mortuoria el Diálogo de Civilizaciones en el que intenta avanzar Naciones Unidas, como respuesta de conjunto y para conjurar el “choque” que predicen los escritos de Samuel Huntington.
El sentido egoísta del manifiesto Harper’s es explícito y sin ambages: “Necesitamos preservar la posibilidad de desacuerdos de buena fe sin consecuencias profesionales nefastas”, sostiene. “Si no los defendemos exactamente en nuestro trabajo, no deberíamos esperar que el público o el Estado lo defiendan por nosotros”, dicen quienes lo firman, entre otros, Susan Madrak, conocida por denunciar que “el sexismo y la misoginia siempre han sido partes inextricables de la política estadounidense” (Democracy Journal, Sommer 2017, N° 45). Entre tanto debo decir, incluso pecando de redundante, que los públicos de Cuba, Nicaragua, Venezuela, por carecer de voz mal podrán defender a quienes se olvidaron de ellos en el momento requerido.
No obstante, tienen razón al concluir que sin “el libre intercambio de información e ideas, el alma de una sociedad liberal se está volviendo cada vez más restringido”. Mas pecan al resumir el todo, paradójicamente, desde sus propias intolerancias intestinas: “Las fuerzas del iliberalismo están ganando fuerza en todo el mundo y tienen un poderoso aliado en Donald Trump”.
El caso es que el actual inquilino de la Casa Blanca fue víctima de una «censura silenciosa» por sus “opiniones” en la plataforma Twitter que fundara Jack Dorsey, quien aboga desde su acera por las lecturas que favorecen a la «democracia de partido único». Obviamente no cita este al Foro de Sao Paulo, tampoco al acuerdo entre este y el Partido de la Izquierda Europea adoptado en plena cuarentena por el COVID-19 llamando a “redoblar la batalla contra las políticas neocolonialistas, racistas y xenófobas que Donald Trump impone”. La carta de los intelectuales de Harper’s ni se da por enterada.
Sea lo que fuere, un grupo de escritores y profesores hispanos acto seguido saluda el manifiesto, encabezándolos Mario Vargas Llosa y compuesto – lo señala Herminio Andujar (“De los antiguos persas y el Manifiesto Harper’s, Disidentia: Pensar está de moda, Julio 24, 2020) – de conservadores de raigambre anglosajona y socialdemócratas de tradición continental. Hacen dos puntualizaciones de interés, a saber, una, que “en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas [sexismo, racismo] para justificar actitudes y comportamientos inaceptables”; la otra, que “la conformidad ideológica que trata de imponer la nueva radicalidad – que tanto parecido tiene con la censura supersticiosa o de la extrema derecha – tiene un fundamento antidemocrático e implica una actitud de supremacismo moral… contraria a los postulados de cualquier ideología que se reclame de la justicia y del progreso”.
El tema es harto complejo. Ortega y Gasset diría que nos obliga a imaginar el bosque evitando golpearnos con los árboles.
En reciente columna hago presente que la primera guerra mundial se inicia con un incidente, el asesinato del archiduque austríaco Francisco Fernando en Sarajevo, y la segunda luego de la invasión a Polonia por Alemania; pero una y otra se cocinan a fuego lento sobre la competencia demencial política y económica entre las potencias europeas. Así las cosas, la traicionera – por invisible el enemigo – conflagración global que nos tiene por presas y como testigos y de la que participan narrativas elaboradas desde antes por intelectuales y medios a su servicio, por la propia ONU, y hasta por el Vaticano, encuentran como espoleta de propulsión a un laboratorio del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, situado en la ciudad de Wujan, China. Se trata de otro incidente o sino de la historia, mero síntoma de una gravedad mayor.
Disueltas las fronteras geopolíticas a finales de los años ’80 del pasado siglo, irrelevantes las patrias de bandera y la noción de la ciudadanía dentro del Estado moderno que nos lega el agotamiento del mundo medieval, y por conspirar contra el tiempo que amamanta a las culturas el sentido vital de la instantaneidad narcisista impulsada por las autopistas de la información, bien entendió el Foro de Sao Paulo para sí lo que le reprocha a Donald Trump: “La reafirmación de la soberanía y autodeterminación de América Latina y de nuestras naciones” es el desiderátum, según consta en su documento fundacional.
Luego dará su «triple salto» dejando atrás, como lo hace con Carlos Marx en 1989, a Bolívar, Sandino y Martí, llegado el 2019.
Pertinente es, como consideración final y para la reflexión de los pensantes, volver al sentido prístino del patriotismo tal y como lo estima la generación española del ’98, a finales del siglo XIX. Es válido para este tránsito ahíto de incertidumbres e intolerancias, víctima de la deshumanización digital y un panteísmo en avance franco.
“Toda la historia humana es la labor del hombre forjándose habitación humana, toda la civilización tiende a desasir al Hombre de la Tierra, a libertarle del terruño, a que sea él quien posea a ella, y no ésta a él”, recuerda Miguel de Unamuno. “Desasido de la tierra, la querrá el hombre; porque el labriego que de ella vive, le tiene apego, no amor”, agrega antes de añadir que habremos de esperar “el surgir del verdadero patriotismo de la conjunción del hondo sentido histórico popular, refugiado hoy, ante las brutalidades del capital, en la región y el campanario, y el alto sentido ideal que se refugia en el cosmopolitismo más o menos vago del libre cambio…”.
Libertad, libertad ante todo, ¡verdadera libertad!
“Que cada cual se desarrolle como él es, y todos nos entenderemos. La unión fecunda es la unión espontánea, la del libre agrupamiento de los pueblos”.
Eso nos lega como orientación el salmantino catedrático de lengua y literatura griegas.
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¡No es Trump, estúpido! / Asdrúbal Aguiar, Diario Las Américas (E.U.), Julio 26