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Odia Nuestra Democracia / Ricardo Cayuela (Cuba)

 

Me cansé de decirlo. A familiares, amigos, ex compañeros del trabajo. No voten por López Obrador. Odia nuestra democracia. Nos va a llevar a la ruina. Su plan económico es ridículo. Su plan político es peligroso. Y viceversa. “Graba mis palabras”, pedía como un poseso. “Aunque me quede manco injustamente, incluso el Bronco es mejor”, dije con certeza en más de una borrachera previa. Lógicamente no convencí a nadie.

En las comidas con mis padres y hermanos, me pidieron que ya no hablara de política. Me tildaron de alarmista. “Meade (candidato del PRI en las elecciones de 2018) y Anaya (PAN) son infinitamente mejores opciones”, afirmé mil veces. Meade, la bondad personal y las capacidades profesionales. Anaya, la inteligencia y la alianza dispar que logró armar que garantizaba un Gobierno de centro y amplio consenso democrático. Me acusaron de traidor a los valores con los que me habían formado. En mi trabajo fui el único de 22 editores que no votó por él. ¡El único! Ahora, claro, alguno habrá que haya corregido su voto retrospectivamente, entre otros oportunos anacronismos. Muchos se acercaban con el guiño cómplice de los que piensan lo mismo. Padres de familia de la escuela de mis hijos, por ejemplo, donde cualquier otro candidato era anatema. Y salían despavoridos cuando escuchaban mis opiniones.

En cenas de todo tipo proponía votaciones secretas (con urna transparente y escrutador sorteado) y López Obrador arrasaba. Con ex funcionarios de alto nivel, diplomáticos en activo, escritores consagrados, pequeños empresarios, profesionistas, se repetía el fenómeno. Los amigos extranjeros no entendían qué defendía. Las noticias son sólo las malas noticias y México era una anguila sanguinolenta en sus pantallas. Por el tipo de trabajo que tenía no podía expresar en público mis posturas políticas, lo que exacerbaba mi malestar privado. Era el loco de la colina. En las semanas previas a las elecciones, con la victoria más que cantada, muchos amigos me evitaban.

El primero de julio del 2018, en términos políticos, fue el día más feliz de decenas de mis seres queridos. Por fin había ganado la izquierda (?!) y eran testigos. Para mí fue una tragedia íntima. Nos iba a costar una generación volver a la línea de salida. Pensaba en mis hijos y me daba mucho coraje la ceguera voluntaria de la mayoría. ¿Qué no vieron? Con una agravante: no hay vacuna contra el virus del populismo. Una vez contagiado, se queda latente dentro del organismo social y, cuando bajan las defensas democráticas, vuelve a brotar. Muchas veces con la complicidad irresponsable de las elites. Es el herpes de la democracia.

Esa noche, con el Zócalo lleno pese a la lluvia, no podía compartir su alegría ni con una sana dosis de ironía. No era falta de empatía ni mal espíritu perdedor. En la democracia se gana y se pierde. Ninguna victoria es definitiva y ninguna derrota es para siempre. En la democracia. He ahí el detalle. Tampoco era falta de generosidad con mis afectos. Sentía malestar, pero también vergüenza futura por todos los que se irían bajando de ese barco pirata. ¿Por qué? Porque también sabía que esa clase media biempensante, sufridora, liberal en las costumbres y solidaria en lo económico, a la que pertenezco, iba a ser la gran perdedora del Gobierno de López Obrador. En términos de seguridad, de libertades políticas, libertades civiles y situación económica. No imaginé, y ahí sí me ha sorprendido, el desprecio a la cultura, la ciencia, las organizaciones civiles afines y las universidades, cuatro de sus canteras naturales de votos. Pero me parece un detalle menor en un mapa de restauración autoritaria y regresión económica que estaba claramente trazado.

Mi mujer era casi mi única aliada, pero no cuenta porque es española. Vaya en su descargo que a ella le pasó lo mismo con Podemos en su país. Fue la primera en verlo, decirlo y repetirlo.

Fui una molesta Casandra para todos. Pero, no fue don profético. Fue simplemente seguir el camino de baldosas amarillas.

¿Qué me preocupaba antes de su victoria?

Su personalidad, incapaz de trabajar en grupo, reconocer un error, aceptar una derrota, debatir en buena lid. Coleccioné muchos testimonios directos de gente que ha trabajado con él o lo conoce bien y todos tenían, en corto, mil prevenciones y reservas.

Su Gobierno en la ciudad de México en cinco asuntos: transparencia (sigo esperando el costo final del Segundo Piso del Periférico, por ejemplo); tolerancia (el ataque y burla de la “Marcha Blanca”), respeto a las leyes (saltarse bandos judiciales, por más discutibles que fueran), manejo mediático (sí, las odiosas mañaneras para dictar agenda y su obsesión por apoderarse del micrófono) y coordinación institucional.

La lectura de dos de sus libros. Fobaproa: expediente abierto y La mafia nos robó la presidencia. Sus ideas económicas en el primero hubieran significado la bancarrota del país y, en el segundo, la construcción del mito del fraude de 2006, que tanto daño le ha hecho a nuestra frágil democracia. El fraude del fraude, pues.

Su visión de la historia patria, maniquea, con su panteón rebosante de héroes de bronce y villanos de paja, cercana al magma de la historia oficial salvo por la corrección de la vulgata marxista aprendida en Ciencias Políticas.

Su conservadurismo moral en temas clave de la izquierda en los que yo sigo creyendo, como la legalización de las drogas, la despenalización del aborto, la regulación de la eutanasia, la validez del matrimonio homosexual.

La ideología de Morena, que no se reconocía no como un partido más sino como un movimiento único, el tipo de dirigentes que tiene y atrae, el perfil resentido y vocinglero de sus militantes. El papel de los hijos de López Obrador en el control de Morena y la doble moral en su comportamiento.

Los aliados locales que se iban sumando a su proyecto, desde los cínicos (Manuel Bartlett), los ingenuos (Germán Martínez) y los peligrosos (Napoleón Gómez Urrutia).

Su evangelismo abierto, pastoral, disfrazado de un vago humanismo cristiano.

Su teodicea hidrocarbúrica, empeñada en demostrar la viabilidad de Pemex y otros misterios abismales.

Su superioridad moral autodecretada y su papel de sumo purificador nacional.

Su rechazo al mundo exterior, su incapacidad para viajar, aprender idiomas, ver y disfrutar otras realidades. Su incapacidad para disfrutar una exposición, un concierto, una ópera, una novela.

Su sonsonete monocorde para repetir sus virtudes (espejito, espejito) y su inventiva verbal para descalificar a sus adversarios. Y para sacar lo peor de sus partidarios. Bastaba darse un paseo por Twitter en la campaña (ahora está peor).

La nefasta familia política latinoamericana en la que quería inscribirse, con sus inmaduros castros, sus inmorales maduros, sus adánicos morales.

Pero, en fin, no podía saberse.

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Ricardo Cayuela fue director editorial para México y Centroamérica de Penguin Random House entre 2015 y 2019. Publica el blog Diario de la peste. (Redacción 14Ymedio)

FUENTE

López Obrador Odia Nuestra Democracia /Ricardo Cayuela Gally, 14Ymedio.com (Cuba), 15 Mayo

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