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El pudor político se ha venido perdiendo aceleradamente. La lucha por el poder dejó de tener cimientos mínimos. Se tolera lo que sea, se hace lo que sea por obtener o llegar al poder. Pasar por encima de la ética y de la ley, robar o matar están en la mesa como opción.
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No es nuevo en la contienda política mexicana, pero el pudor se va perdiendo. Los límites se difuminan. Los actos ilegales como los de Delfina Gómez o Pío López Obrador llaman la atención unos días y luego la lucha por el poder sigue como si estos no ocurrieron o no hubieran ocurrido en el pasado con otros actores y partidos.
Si alcanzar el poder se facilita colocando en candidaturas a Félix Salgado, Cuauhtémoc Blanco o Roberto Palazuelos, no importa. Lo único que es relevante es acumular poder. No importa el perfil de las candidaturas, solo es relevante el resultado.
Qué más da si hay exgobernadores presos por sus vínculos criminales. Esta normalizado como si se tratara de hechos aislados de los que no hay nada que corregir.
Cada elección va elevando el nivel de violencia. En México se hacen campañas y se matan candidatos con total naturalidad. Se condena la violencia, en el mejor de los casos se detienen a autores materiales dejando intactas las redes criminales y de protección política que generan la violencia. Luego, la siguiente elección. Nada que cambiar, nada que reflexionar. Se ha normalizado la presencia de políticos con claros vínculos con el crimen organizado.
Se ha perdido el piso ético y de normalidad política, el de la ley nunca lo hubo. En países con vida política sana hay consecuencias. Ya sean morales, políticas o legales. Aquí no. Si la brújula ética está extraviada, el Estado de derecho tendría que ser el último bastión democrático. En un país donde la justicia solo se entiende en clave política esto es inexistente.
¿Qué democracia es esta? Pasamos del problema de que los votos cuenten y se cuenten a procesos determinados no solo por el voto sino también por el dinero ilegal, la tranza, el cinismo político y la bala.
Nuestra democracia no es una de propuestas y diálogo. Es de gritos y descalificaciones. Una donde los partidos saben que lo inmoral y lo ilegal es parte de la contienda. Esto es la norma. Qué importa el perfil de la candidatura si el personaje es popular. Qué importan las propuestas de gobierno si al llegar al poder se hace lo que se desea sin costo alguno.
La clase política de todos los colores se apega a este diagnóstico. El poder a costa de la ética política y el Estado de derecho.
La democracia mexicana, si es que existe, es una con campañas de bajo nivel, candidaturas alejadas de los perfiles que demanda el ejercicio del poder, recursos ilícitos y balas determinando candidatos y votos. La inmoralidad, la impunidad, la corrupción y la violencia marcan las elecciones.
Sin un piso mínimo, ético y legal, solo queda la barbarie.
Título en portada, selección de imágenes y pies de foto por CT
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El poder al precio que sea /Jacobo Dayán, Animal Político (México), 8 Feb