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En una imagen, Elon Musk en Mar-a-lago charlando con Trump en espera de resultados. En otra Ted Cruz celebrando con seguidores la probable victoria. Confrontados con el partido demócrata, los republicanos del magnate Donald podrían ganar la Casa Blanca y el Pentágono, los senadores y también los representantes al congreso. El colegio electoral y el voto popular.
¿Quién gana y quién pierde con Trump?
Una respuesta está en Ted, un canadiense hijo de norteamericana y cubano, ambos matemáticos y programadores. Su padre luchó contra Fulgencio Batista y decidió emigrar, en calidad de becario de la Universidad de Texas, hacia los Estados Unidos dos años antes de la entrada de Fidel Castro a La Habana. Cuando terminó la carrera solicitó asilo político.
El hijo Ted fue a Princeton, donde destacó como socio del club estudiantil de debate; y obtuvo un doctorado en Derecho por Harvard, cuya facultad estaba -según dijo- plagada de simpatizantes de los regímenes comunistas. La afamada institución global exigió una retractación; mas él respondió con un no a su alma mater. Más aun, refrendó y amplió lo dicho. No quiso el rector de Harvard llevar las cosas más lejos pero la semilla estaba plantada.
Hoy Ted es considerado por algunos un padre de la “batalla cultural” contra los totalitarismos. Cruz es acaso el político latino mejor preparado de la actual democracia yanki. En Texas laboró de procurador del estado y catedrático de litigios constitucionales. Incursionó en política como asesor de campaña de
George Bush; y tras el retiro de Kay Bailey, senadora desde 1993, se hizo de un escaño de la cámara alta merced a sendas y fulgurantes campañas en las primarias y las elecciones generales de 2012. Sólo cuatro años después buscaría Cruz la candidatura presidencial finalmente ganada por el magnate de Mar-a-lago.
Desde el principio fue Ted el principal opositor de Obama, su acosador ideológico y enemigo declarado del Obamacare.
Varias ideas anticipadas a través de sus redes por Cruz al postularse el 22 de marzo de 2015, serían retomadas por el entonces invisible Trump. En Twitter, el propósito de “make america great again” (hacer grande a América otra vez). Y en un video de You tube para hispanos, la promesa de “reestablecer nuestro liderazgo en el mundo”. Los une el Tea Party, el ideario más liberal del Partido Republicano al que la burocracia y los socialismos suelen tildar ultraconservador (extraña paradoja).
Aunque durante un debate de las primarias llamó Trump a Cruz “el mayor mentiroso” (the single biggest liar), comparten ideas básicas. Una, la certeza de que la civilización occidental está fracturada desde 1918 entre democracia liberal y despotismos totalitarios que construyen una narrativa a modo.
Otra, el ideal de un gobierno preferentemente pequeño, menos costoso y que intervenga lo menos posible en las vidas del soberano, las personas. Algunas más en forma negativa: que no se use la justicia para ajusticiamientos políticos, ni la escuela para adoctrinar en ideologías (menos si contrarias a la libertad personal), ni la libertad de prensa para instaurar medios de comunicación gubernamental, etc.
Paradoja de Cruz: la certeza de ser un deber urgente detener la invasión ilegal por desesperados de la mala vida en sus países de origen. A todas luces estamos ante una coincidencia racional aunque sea Cruz hijo de inmigrante. Todas las naciones se reservan el derecho a elegir a los extranjeros que aspiren a vivir sus vidas en su territorio.
La islamización en curso de Europa, más estricta durante décadas que los Estados Unidos hacia la inmigración ilegal, es un espejo del riesgo. Por fortuna los latinos no somos musulmanes.
Algo notorio de la elección de hoy es que el regreso de Trump, el más decidido a detener dicha invasión, parece inexplicable sin el voto latino. Fuera de California, subió sus preferencias en varios estados con población latina importante; y Florida, casa de los huidos de Cuba, por tercera vez le da su apoyo.
Naturalmente el regreso de Trump afecta a todo el mundo. En Israel hay fiesta; en Ucrania preocupación: ¿permitirá la Unión Europea que Putin se salga con la suya de nuevo, como en 2014?
En México, el gobierno de Claudia Sheinbaum y el partido MORENA tienen mucho en qué pensar.
¿Qué necesidad de ser friqui?
El riesgo es mayor. Cuba lleva medio siglo rogando que le levanten un embargo comercial, todos los países quieren invertir y vender en la economía estadunidense. Un impuesto a las remesas o mayores aranceles seguramente harían cambiar de humor a millones de mexicanos. Convertirnos en parias, un Hezbolá o un Hamas cualquiera, no es opción sensata.
Seamos claros: el máximo riesgo de la victoria de Trump son los cárteles mexicanos. Ninguna soberanía podrá ampararlos (ni ampararnos) si nuestro gobierno no es claro al respecto. Hablamos de un negocio ilegal y mortífero. De criminales peligrosos, de sicópatas probados. El problema no son las drogas ni la drogadicción, el problema es el crimen organizado en torno a un negocio fabuloso. Uno ilegal como la migración, y a menudo de vida o muerte.
El problema específico de Sheinbaum es la política obradorista de Seguridad, los “abrazos”. Y también los vínculos con la izquierda narca de Sudamérica, con sedes en Bolivia y Venezuela. Maduro no esconde siquiera sus vínculos con terroristas como las FARC (invitado al Foro de Sao Paulo) y los grupos del Medio Oriente.
La primera presidenta de México enfrenta pues una disyuntiva ineludible.
O tomar partido por la democracia republicana y liberal basada en leyes; o por dictadores teocráticos, comunistas y neocomunistas.
Revisar en suma una idea antigua, asumida por México desde Cárdenas, según la cual primero la URSS y ahora la China del Partido Comunista son mejores opciones que el american way of life.
Viene Trump y el mundo está hirviendo.