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Tiempo de perdonar
“Señores, si piensan que la vara es muy alta e imposible hacerlo, si no pueden, renuncien, pero no sigan ocupando oficinas de gobierno y recibiendo un sueldo, porque no hacer nada también es corrupción En nuestro país hay jóvenes que requieren el trabajo de ustedes y estarían gustosos, con todo el entusiasmo de gente limpia y no maleada de hacer el trabajo que ustedes no están haciendo”.
Esas fueron las lapidarias palabras que el empresario Alejandro Martí pronunciara hace 11 años frente al entonces presidente de la República, Felipe Calderón, así como a todos los gobernadores, incluido el también entonces, jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, llamado que incluía a los ediles del país.
A una década de distancia otro joven se suma a los cientos de ellos que han sido privados de la libertad e incluso de la vida. Tal como le sucedió a Fernando Martí en 2008, hace unos días Norberto Ronquillo fue secuestrado y posteriormente asesinado.
Los padres de Fernando y de Norberto son solo un ejemplo de los centenares de padres que han perdido a sus hijos en lo que va de este siglo. Producto de la descomposición social que padecemos en este país. Sus reacciones ante tal tragedia se parecen. En el caso de Fernando Martí dio cause a su ira y sufrimiento y creo una organización civil que busca coadyuvar en detener la crisis de inseguridad que padecemos.
Por su parte la madre de Norberto, Norelia Hernández, se encargó de darnos una lección de lo que es el perdón. Y es aquí donde me quiero centrar.
A veces, las personas de nuestro alrededor hacen cosas que nos hieren o con las que nos sentimos traicionados o incluso agredidos. En otras ocasiones, somos nosotros mismos los que hacemos algo con lo que más tarde no estábamos tan de acuerdo. No es siempre fácil perdonar, pero hacerlo es muy sano.
El acto de perdonar, es mucho más fácil decirlo que hacerlo y, por lo general, supone un gran reto.
A veces, el perdón puede ser confundido como una forma de condonación, en la que se asimila lo que ha pasado sin tomar represalias. Pero el perdón es mucho más que eso. Perdonar implica desprenderse de lo que ha pasado.
Y eso es lo que hizo Norelia Hernández, perdonar a los que le arrebataron los sueños a Norberto. “A ellos (los secuestradores) les mando mis bendiciones. Más que justicia, yo quiero que esto no vuelva a pasar. Yo no quiero ver a otra madre como ‘Norelia’. Que nadie en el mundo vuelva a pasar por este sufrimiento. Esto tiene que terminar aquí”. Fueron sus palabras.
Pero además de perdonar a quienes le causaron un gran pesar, se dio tiempo invitarnos a que como ciudadanos hagamos nuestra parte para disminuir la crisis de inseguridad que padecemos. “… no se trata de eso (sobre la renuncia de Claudia Sheinbaum o del presidente Andrés Manuel López Obrador), pues no podemos dejarle todo al gobierno”; se trata, dijo, “de trabajar unidos como ciudadanos, como padres de familia, y que cada quien, en su casa, haga lo propio para formar niños con ‘bases’ y con ‘moral’ que no sigan cometiendo estos crímenes”.
Quedan, así, dos lecciones de esta tragedia. Uno, sí, el gobierno en sus tres niveles es el responsable de garantizar la seguridad pero también es asunto de nosotros cuando no educamos en casa a mujeres y hombres de bien, lo que gestamos en casa se refleja en la sociedad.
Dos, y quizá lo más importante, el perdón.
Perdonar implica una aceptación de lo que sucedió, para dar paso a un profundo desprendimiento, no solo de los hechos realizados por los demás, sino también por nosotros mismos. Porque no solo hay que perdonar a los otros, también es conveniente reflexionar sobre aquello que tenemos que perdonarnos a nosotros mismos.
El perdón es bueno para el cuerpo, para la mente, para las relaciones personales y para encontrar un papel en el mundo. Esto debería servir para convencernos que es mucho mejor dejar ir el rencor y perdonar.