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Trump & Guaidó
Para mi hermana Alma
El bipolar presidente Trump tuvo a inicio de año tres prioridades: la primera, las reacciones de la teocracia iraní a la ejecución del terrorista des-empoderado Qassem Soleimani; la segunda el impeachment y la tercera su reelección. La penúltima está resuelta. Y casi la última, a menos que los ganadores del caucus de Iowa, Pete Buttigieg y Bernie Sanders -o bien el caballo negro que tampoco jugará en New Hampshire ni Carolina, pero si en el Super Tuesday del 3 de marzo, Michael Bloomberg, un magnate más rico que Trump- puedan hacer algo muy extraordinario en los nueve meses que faltan hasta el martes 3 de noviembre.
El presidente republicano corre ahora en caballo de hacienda hacia un segundo mandato merced a la absolución senatorial y también a la buena marcha de la economía estadunidense. Además, sin duda, gracias a su decisión de plantar cara a tantos dictadores que gustan de perpetuarse en el poder por cualquier medio; y a gobiernos de países empobrecidos que no vacilan al respaldar a criminales capaces de hacerse explotar en un concierto de Ariana Grande para adolescentes o masacrar a los editores del diario Charlie Hebdo. Existen personas así, son reales.
No era buena en enero la perspectiva para el pueblo venezolano que está pagando un ensayo más del Foro de Sao Paulo con la destrucción de su nación otrora bendecida. Venezuela no era una prioridad de Trump y nada indicaba entonces que lo sería en febrero. Mas de pronto, resueltos ya el impeachmente y la reelección casi, todo cambia. Recibió con honores al presidente Juan Guaidó, al que la víspera había elogiado en el Capitolio en su informe anual sobre el estado de la nación, en la Casa Blanca; y le hospedó en la residencia para invitados del presidente, Blair House, donde charlaron en privado durante dos horas.
Para las personas que aprecian las libertades ajenas (las propias hasta los tiranos; el punto en la política del siglo xxi son ¡todavía! las libertades naturales de los demás, los otros) es una magnífica noticia que Trump haya recibido así a Guaidó.
No es poca cosa la lucha del presidente provisional de Venezuela. Intenta devolver a la población el poder confiscado por un régimen que a imitación de los Castro Ruz antepone la permanencia personal, familiar o de partido en el Gobierno a cualquier consideración legal, moral o de derechos humanos.
Una pregunta que acaso intentaron responder Trump y Guaidó en su charla privada, quiero imaginar, es: ¿cómo se derroca a regímenes anti-populares que simulan la democracia mediante fraudes electorales sistemáticos, se sustentan en las armas y el miedo, falsifican la justicia, apoyan el narcotráfico, subvencionan a partidos afines de otras naciones, subvierten las frágiles democracias latinoamericanas y promueven dictaduras? ¿Cómo frenar los abusos indecibles de tales gobernantes contra sus propios pueblos?
Latinoamérica tiene un problema porque el totalitarismo cubano ha echado raíces en toda la región y logró clonarse en Venezuela (Maduro “estudió” en la escuela “Ñico López” de La Habana) y Nicaragua (Ortega fue entrenado guerrillero y financiado por la URSS vía el satélite Cuba). Es un problema algo exótico, fundado sobre el culto al pensamiento devenido doctrina de Estado de un universitario bávaro, Karl Marx, un hombre del romántico siglo xix que también marginó al no menos delirante Auguste Comte. El castrismo es un rescoldo bananero del eximperio soviético.
A veces la OEA, la asamblea de los presidentes latinoamericanos, ha condenado a dichas tiranías escudadas desde siempre en la noción de soberanía nacional. Es un problema que supera a Trump y Guaidó, mas no les es ajeno. El Departamento de Estado conoce las conexiones del ministro de Industrias de Maduro, Tarek el Aissami –cuya ficha engalana la galería de la ICE-DEA disponible en internet- con la banda paramilitar Hezbollá. Recién, en un video subido por el régimen chavista se ve a Diosdado Cabello, segundo del dictador en poder y primero en delitos, jurar solemnemente, al momento de firmar un libro de condolencias en la embajada iraní de Caracas, que la muerte del matón Soleimani “será vengada”.
¿Cómo echar del Gobierno de un país a una banda de dogmáticos anacrónicos, torturadores y matones impiadosos, saqueadores desconsiderados de la riqueza pública? (la fortuna de 1000 millones de dólares amasada por el tesorero de Hugo Chávez, Alejandro “el tuerto” Andrade, uno de muchos, es emblemática y un indicio seguro del destino final de las fabulosas ganancias petroleras de PDVSA durante el chavismo). ¿Cómo extirparlos si la casta militar está implicada en el saqueo y apoya al dictador?
En casos como el de los gobernantes criminales Soleimani y Maduro ningún dron yanki puede ser condenado desde un punto de vista estrictamente ético y humano, por paradójico que pareciera a simple vista. Algunas ocasiones la ética pública y la humanidad deben ser defendidas con la fuerza. La opción militar no debe ser descartada en Venezuela al fin de devolver a los venezolanos sus libertades naturales más básicas y poner punto final al agravamiento de una terrible tragedia social y humanitaria.
COHETERÍA
CANDIDATO GAY
Pete Buttigieg, un ex marine amaridado con otro hombre (anunció que es gay en 2015, siendo alcalde de South Bend, Indiana), no sólo dio la gran sorpresa en Iowa al superar por dos votos de delegados al anciano prodictadura Sanders.
Importa sobre todo la aceptación popular de su candidatura. Revela la muy superior liberalidad de la democracia yanqui en comparación con las naciones católicas al sur del río Bravo. El problema no son las leyes, sino la aceptación popular de que la sexualidad es asunto de cada persona y no concierne ni a la iglesia ni a los gobernantes. Tan buen o mal presidente puede ser un gay que un macho valiente o uno golpeador.
¿NUEVA GUERRA FRÍA? Cuando en 1990 cayó por fin el muro alzado por los comunistas en Berlín, las democracias capitalistas dieron por sentado que el reto totalitario a las libertades de leer e informarse, opinar, poseer bienes y acrecentarlos con apego a leyes, elegir sin coacción a los gobernantes entre diversas opciones, y muchas más que definen la unicidad del actual modo de vida occidental, había quedado cancelado. Era una ilusión.
La caída del muro de Berlín fue una misma cosa con la desintegración del principal imperio territorial, político e ideológico del siglo pasado, la URSS. Pero ni la sinceridad de Gorbachov acerca de la verdadera naturaleza del comunismo real ni la audacia de Yeltzin al proscribir el marxismo-leninismo, bastarían para forjar una Rusia mejor y más libre. La fallida intentona (de ambos) por superar la dictadura soviética hizo evidente que nunca será sencillo transitar del estatismo autoritario a la genuina economía capitalista.
El desmantelamiento de los circuitos de distribución de bienes regidos durante setenta años por el gobierno soviético causó escasez, hambre y finalmente un gran descontento popular. Ello hizo posible el ascenso de Putín, el neozar que ha calificado la desintegración de la URSS como “la mayor tragedia geopolítica del siglo xx” y por lo pronto (contado el mandato de su “juanito” Medvedev) suma ya dos décadas en el poder. China, donde el gobierno de Mao confiscó las tierras a los agricultores para obligarlos a laborar en granjas colectivas, había girado desde la década previa a la caída del muro hacia una nebulosa “economía de mercado”. Nadie sabe bien cómo pudo ser que habiendo sido el gobierno dueño de todo, de pronto, en el plazo breve de tres décadas hay hoy empresas chinas gigantes propiedad de particulares chinos.
En ambos casos la dictadura totalitaria se mantuvo incólume. Abiertamente en China. Discreta, disimuladamente en la Federación Rusa.