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El obstáculo inmediato a una nueva nación conformada por USA, Canadá y Groenlandia atañe al nombre y los símbolos.
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Trump es consciente de este primer escollo, a juzgar porque posteó con diferencia de horas dos mapas distintos en su red Truth Social. En el rotulado Oh Canada! del 7 de enero, Canadá desaparece tras un crecido manto de barras y estrellas. Sin embargo, el magnate subió el viernes otro reconciliador, simplemente amarillo, al que sobrepuso las humildes siglas United States.
La solución no es tan complicada: un nombre atenido a la geografía, por decir United States of North America (USNA), y una bandera que combine barras estadunidenses, hoja de maple canadiense y oso blanco groenlandés, luce aceptable para los pueblos ayuntados.
Esto es la parte fácil. La difícil atañe a la integración de las naciones. Al respecto, Trump no se conduce como Putín en Ucrania, su propuesta es a todas luces pacífica. Conviene tenerlo presente.
Acerca de Groenlandia, el presidente electo desempolvó una oferta de compra de Truman por 100 millones de dólares, rechazada por Dinamarca al cabo de la Segunda Guerra. Lo cual por cierto no cancela la proposición de Trump, ya que los -50 mil ciudadanos de la isla congelada tienen la última palabra. Esto porque Groenlandia mantiene el estatus de “nación constituyente” del Reino de Dinamarca, en igualdad de condiciones con la nación danesa y con respecto a la cual la isla es “autónoma” desde 1979. De hecho, los ciudadanos groenlandeses tienen el derecho explícito de autodeterminarse como les venga en gana.
Si no hubiera compra-venta, queda en pie la posibilidad de que los descendientes de cazadores de focas y osos decidan en referéndum o plebiscito sobre la propuesta de Trump.
El caso de Canadá es obviamente más complejo, si bien el segundo país más extenso del mundo (sólo detrás de Rusia) se halla muy integrado a USA en los campos cruciales de la economía (ambas naciones componen la principal sociedad comercial de hoy) y la seguridad exterior (básicamente a cargo de los yankis lo mismo que de Groenlandia). Así mismo en el plano cultural, merced a una densa e intensa interacción registrada en la frontera más extensa del mundo (casi 9 mil kilómetros). Los ciudadanos canadienses no necesitan visa para ingresar a USA, y a la inversa.
Así las cosas, cabe leer el segundo mapa de Trump, el amarillo, como una invitación a rehacer juntos Canadá y USA el nombre y los símbolos patrios de un nuevo y más poderoso país.
Naturalmente el máximo escollo a la utopía de Trump es mental. No se cambia de nación así como de camisa. Dados los diversos intereses en juego, dicho sueño integrador no favorecería a todos, pues inevitablemente conlleva ganadores y perdedores. ¿Quiénes ganarían? Sin duda los pueblos, particularmente los pobres y las creativas clases medias. ¿Quiénes perderían? Previsiblemente una parte de ambas élites nacionales: ciertamente los gobernantes federales -y tal vez, durante el inevitable reacomodo, algunos empresarios proveedores de los gobiernos.
Pero los beneficios para los pueblos de Canadá y Groenlandia serían enormes. Si se unificaran con USA, el territorio común sumaría 21 millones de km2, la población casi 400 millones de personas y el PIB nominal 28 billones de dólares anuales. En tal escenario posible, la nueva súper nación adelantaría decisivamente a su némesis comunista China-Rusia (1500 millones de personas, 26.6 millones de km2, PIB nominal de apenas 20 billones de dólares).
Tal polo aliado opuesto a las dictaduras contaría seguramente con el apoyo entusiasta de Japón (3.7 BD y 124 millones de personas), Australia (1.7 BD y 26 millones de personas) e Israel (0.5 BD y 10 millones de personas). E interesaría a la mayor parte de Europa (PIB de 16.6 BD), Latinoamérica y África; a seis tigres del sudeste asiático (Corea del Sur, Taiwán, Tailandia, Singapur, Malasia e Indonesia, PIB conjunto de 4 BD); y posiblemente a dos naciones hasta ahora ambiguas, la gigantesca India (3.5 BD, 3.3 millones de km2, 1400 millones de personas) y la estratégica Sudáfrica (0.4 BD, 1.2 millones de km2, 60 millones de personas).
La utopía Trump propiciaría en los hechos un realineamiento geoestratégico. De concretarse, la geopolítica registraría un vuelco decisivo en favor de la libertad, el estado de derecho y la prosperidad del pueblo llano.
La idea tiene sentido. Mas por haberla planteado Trump a su modo brusco e irónico, ha desatado las previsibles polvaredas nacionalistas.
PD México no está invitado en los mapas de Trump a formar una nueva nación. Mas si sumara a un hipotético United States of North America las cifras se dispararían sustancialmente: hasta 530 millones de personas, 23 millones de km2 y PIB nominal de 30 billones de dólares.
No sería descabellado pues si los mexicanos lo pensamos dos veces. Podríamos proponer el águila mexicana para la bandera común; y negociar un nombre que dé satisfacción a los mexicanos, por ejemplo, Norteamérica (así en español).
Ganarían los cientos de miles de mexicanos pobres que cada año se juegan la vida al migrar ilegalmente hacia USA, los 30 millones de descendientes de mexicanos ya asentados al norte del río Bravo y sus familias en México. Ganaría en suma el pueblo mexicano que en proporción cercana a 50% sigue esperando a que la Independencia, la Reforma y la Revolución nos hagan justicia.