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Existe un evidente riesgo de polarización en el país, incluso desde diferentes frentes, después de los previsibles resultados de las elecciones celebradas el pasado domingo.
Por una parte, está la polarización política, lógica e inevitable, que es la consecuencia de un nuevo escenario electoral. Hasta enero, cuando asumirán los nuevos legisladores, tenemos un órgano legislativo dominado por el Gobierno y, prácticamente, monopartidista. Su mayoría de dos tercios –que en un pasado mediato se denominó “rodillo parlamentario”– permitió, por una parte, que se toleren abusos por parte del gobierno central, como, por ejemplo, librar de toda acusación a ministros simplemente levantando la mano; pero, por otra, hizo que avanzaran muchos proyectos que hubieran demorado mucho en una Asamblea con mayor representación opositora.
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Ahora, en cambio, el próximo Presidente tendrá que enfrentar a una oposición robustecida y, por lo tanto, más difícil de controlar. Y eso implicará una pugna parlamentaria previa antes de cualquier cambio para el país.
Pero hay otra polarización que es aun más preocupante, la del campo/ciudad. Los resultados de las elecciones han demostrado una realidad innegable: el área rural votó por una persona en la que sus habitantes se sienten representados y el urbano hizo lo propio. Eso es lo que reflejan los resultados tan diametralmente opuestos en ese sentido.
Ahora bien, tomando en cuenta los antecedentes y el contexto en el que se desarrollaron estas elecciones, parece razonable decir que los ciudadanos votaron por personas: los resultados demuestran que en las ciudades la gente no votó “a favor de…” sino “en contra de…”. Para decir las cosas por su nombre, un gran porcentaje de la votación que acumuló Carlos Mesa en los papeles no fue por él sino en contra de Evo Morales.
No se trata del odio al Presidente, como el MAS se esforzó en proclamar en su campaña, sino un obvio rechazo a la evidente violación de la Constitución Política del Estado, de los resultados del referendo de 2016 y otros aspectos como los escándalos de corrupción.
Entonces, no se votó por Mesa sino en contra de Evo. Como el expresidente era el que más se le acercaba en las encuestas, los votos lo favorecieron. Fue algo así como un voto castigo que se aplicó en todo el país por la violación constitucional.
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