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¿Ya no hay Pobres y Tampoco Corrupción?
Los opresores, falsamente generosos,
tienen necesidad de que la situación de injusticia permanezca
a fin de que su “generosidad” continúe
PAULO FREIRE
“5 millones 804 mil 466 personas se involucraron en una práctica de corrupción en 2019 y sólo 5.1 por ciento denunció… El Inegi reportó que las mayores experiencias de corrupción se estiman en el contacto con autoridades de seguridad pública con 59.2 por ciento de los casos; seguido de otros pagos, trámites o solicitudes, como el pedir una carta de no antecedentes penales, licencias, servicios administrativos en servicios de salud y empleo (pensiones, incapacidades, préstamos) y conexión o reconexión de energía eléctrica– donde alcanza 44.9 por ciento”. (La Jornada. 22.05.2020)
La estadística, siempre será una herramienta contundente. Cualquiera puede darle la interpretación que desee. Lo cierto es que ahí está la realidad del país, sin retoque. La corrupción nos acompaña, desde la época prehispánica.
México, Perogrullo lo sabe, siempre ha sido un país de pobres, en su gran mayoría. Desde la época prehispánica también. Desde luego en ese tiempo nadie sabía nada del neoliberalismo. Cualquier libro de historia de México, lo constata sobradamente. Aún en los años del llamado “milagro mexicano”, la mayoría, la gran mayoría, eran pobres. Para variar, Inegi tiene esa estadística. Peor, cuando gobernaron Luis Echeverría y José López Portillo, cuyas consecuencias se reflejaron en la pérdida del poder adquisitivo del peso mexicano, al grado que durante el salinato (Bartlett no me dejará mentir), al peso tuvieron que “quitarle” tres ceros. Es decir, mil pesos, pasaron a ser, un pesito.
Independientemente de las consecuencias económicas que traerá consigo la pandemia del Covid-19, que desde luego se traducirá en más pobres, no solo en México, en todo el mundo. Es necesario puntualizar, que la pobreza no se resuelve dando dinero a “los pobres”. Si así fuera, desde hace décadas o siglos, se hubiera resuelto el problema de la pobreza.
Y entrecomillé “los pobres”, porque en realidad, ha sido una constante en México, no de apenas, sino de siempre, que muchos beneficiarios de los programas sociales, en realidad no son tan pobres y en muchos de los casos no deberían de recibir tales apoyos, en tanto hay familias, que verdaderamente necesitándolos, están fuera de los padrones de beneficiarios.
En primer lugar, como lo hemos apuntado insistentemente desde este espacio, la primera igualdad que tiene que darse para ir abatiendo la pobreza, es que la Salud y la Educación, sean derechos efectivos para todas y todos los mexicanos. En el caso de la salud, cualquiera puede constatarlo, el Congreso federal aprobó un recorte multimillonario al presupuesto de salud 2020 (Neoliberalismo puro). Obvio, con recortes presupuestales al sistema de salud, imposible que éste sea mejor.
En segundo lugar, habría que protocolizar las propiedades de millones de mexicanas y mexicanos que no tienen título de propiedad de sus parcelas y hasta de sus casas. En paralelo, facilitar los créditos suficientes para que quienes no tienen vivienda propia, puedan adquirir una.
Pero lo más importante, hacer una reforma educativa que además de cambiar el estilo de vida de las y los mexicanos, cambiando y enseñando como alimentarse sana y nutritivamente, así como desarrollar actividades físicas, deportivas, artísticas y culturales, todos los días; desarrolle iniciativas, innovaciones, habilidades y destrezas, que permitan a sus egresados, no solamente poder y saber colocarse en mejores puestos de trabajo, sino también, desarrollar emprendedores, capaces de crear su propia fuente de empleo y ser empleadores al consolidarse sus iniciativas empresariales.
Obvio, para ello, es necesario que los gobiernos en sus tres niveles, apoyen, estimules y fomenten el surgimiento de nuevas empresas y el mantenimiento de las que ya están. Mucho se habla del mercado interno, pero mientras no se haga algo como esto, nunca tendremos verdaderamente un mercado interno.
El marco para lograr este propósito, es que pasemos de un país de leyes a un Estado democrático de Derecho, con instituciones profesionales, científicas, que estén por encima de las disputas y veleidades de la política electoral.
En un escenario como este, a la vuelta de dos generaciones, entonces sí, estaremos empezando apenas a abatir la pobreza. Dar dinero, no resuelve, nunca ha resuelto el problema de la pobreza. Al contrario “tal generosidad” mantiene y ha mantenido por lo siglos de los siglos, la pobreza y por ende, la injusticia social. La corrupción, solo se acabará cuando acabe la impunidad. Si la impunidad continúa, la corrupción seguirá y la injusticia también.